► El Horizonte

«La nieve lo cubría todo, en un manto blanco hermoso e impoluto que podría dejarte ciego. El viento era brutal, como si algún Dios quejoso y molesto estuviera gritando al mundo todos sus caprichos, aquellos que nunca serían cumplidos. Idiota de mí, pues ese Dios tenía un nombre, y si escuchaba aquel pensamiento, probablemente me lanzaría al precipicio directo a mi muerte por insulso y grosero.
“La respuesta está en la cima que roza el cielo, dedicado al horizonte” me había dicho aquel monje en el nidal fulgurante en mi tierra natal. Tenía que ir tan al norte como pudiera. Aquel sitio dónde el frío congelaría hasta mi esencia, donde la noche tiene más poder que el día, y donde el clima suele ser la cosa más inestable y dolorosa de todas. Tenía que irme a Hibernum.
Llegué a una especie de castillo o catedral, tan enorme como la vista alcanza a ver. ¿Cómo podría haberse construido algo de tan magnitud en una cima tan violenta como lo es la de ésta montaña? Sin duda alguna, el amor y la devoción que la humanidad les tenía a los dioses era la respuesta para todo esto. El mármol negro solo se hacía visible gracias a la luz plateada de la luna llena que bailaba encima del templo como si estuviera feliz de hacerlo en el plenilunio. Alcancé a leer unas letras talladas en una piedra triangular a la derecha de la entrada al sitio, que decía:
“Toda fuerza perecedera puede dormir en la noche. Toda fuerza perecedera puede morir aquí entonces”
Con el permiso de los Dioses padres… ¿Qué mierdas podía significar eso? Tenía entendido que todos los templos de Caelus habían sido construidos luego de que la primera generación de humanos redimidos había llegado a este mundo, pero en el santuario de  Ferae y Geneza no ves un letrero que te dice de forma sutil “Puedes entrar y morir si lo deseas” definitivamente, éste sitio era la morada opcional de uno de los dioses más extraños y poco comprendidos luego de los redentores. Pero si quería que nada fuera en vano, debía adentrarme a la estructura antigua.
Luego de entrar, la tentación de quitarme la piel de encima era vulgar. Por dentro, el templo era tan calmado, sereno y a una temperatura cálida tan bueno como si fuese una posada con una sola chimenea siendo alimentada por un fuego débil. A los alrededores no había más que bancas grandes, de esas en las que caben cinco personas o un ser humano completo acostado en ellas. Y en el centro de esta catedral oscura, se erguía una estatua de mármol de un sujeto alto y encapuchado. Su rostro no era visible, o simplemente no había sido tallado. Tenía la mano derecha abierta y la izquierda señalaba al suelo, como diciendo “vas a colocarte aquí” o algo por el estilo, encima de la estatua, el techo tenía un traga luz de cristal transparente que dejaba colar la luz de la luna bañando a la obra de arte de una forma hermosa. Todo esto era tétrico y magnífico al mismo tiempo. Pero por fin, había llegado, ahora necesitaba mi respuesta. Caminé a duras penas a la estatua de la deidad y me coloqué en reverencia hacia él. Ni siquiera tuve que hablar.

- ¿A qué vienes, muchacho? – cuando me levanté de golpe y me fijé, en una de las bancas, en una esquina medio iluminada por la luna, se encontraba sentado un tipo, encapuchado también. Debía ser el cuidador o un acólito del Dios. Pero su voz heló mi sangre – Haber subido de noche, con ventisca, es sin dudas un suicidio.

- Con todo el respeto señor. De ser un suicidio, no estaría aquí.

El extraño pareció verme con interés. Se levantó de una forma tan serena, tan paciente.
- ¿Y cómo sabes que en realidad sigues vivo?

- Porque tengo un ideal, señor. Los muertos no tienen ideales.

- Me gusta como piensas. Ahora, di el ideal que tenías antes de venir para acá.

—Yo…—¿Debía tenerle confianza?—…Vine, porque tenía una pregunta que solo una deidad podía responderme…Vengo a hablar con Tangere, para preguntarle…

El sujeto alzó la mano e inmediatamente cerré mi boca. Era como…si con ese simple ademán, él tuviera tanto poder, tanto respeto. Era un sabio, y cuando los sabios querían hablar, debían ser escuchados.
—Sé lo que vienes a preguntar. Y tendrás la respuesta. Pero tiene consecuencias. Antes de responderte, te doy la opción de abandonar tu ideal, dormir, y  volver mañana sano y salvo a tu verdadero hogar.
—Me mantengo firme, acepto las consecuencias, sean cuales sean.

El sujeto se vio animado por mi respuesta. Su cara invisible seguía invisible, pero dentro de la capucha, unos destellos azules brillaron con energía, como si aquellas luces fuesen sus ojos. La deidad asintió y comenzó a acercar su mano hacia mí.
- Mi hermano Ferae no se equivocó al escogerte, joven Emmileo. Ahora, el precio a la respuesta, será la ceguera permanente.

Mi corazón dio un vuelco. Antes de reaccionar, de darme cuenta que estaba hablando con el mismísimo Dios mi visión comenzó a nublarse y hacerse oscura. Debía vivir con ello por el resto de mis días, a cambio de algo poco a poco comenzaba a nutrirse en mi mente, como si hubiera sido algo de cultura general que me enseñaron cuando pequeño. Sabía la respuesta, a buen precio. Ahora, solo debía irme. Debía volver a mi hogar, estar con mi familia y decirles que por fin había encontrado la cura para la enfermedad de mi hija. Era una especie de musgo que crecía por los alrededores del mirador en ésta época. Algo tan sencillo, algo tan factible…
- Algunas ambiciones son nobles, joven Emmileo. Pero… ¿Cómo sabrás perfectamente que hallaste el musgo si estás sólo aquí, y ciego?
Entré en pánico. No había pensado en ello. Mi garganta se secó, maldita sea mi estupidez, maldita sea la ambición que cegó mi razón.
—Te he estado observando todo este tiempo, joven guerrero. Me agradas, tu fuerza de voluntad es digna, tu resistencia es de envidiar entre los mortales. Sólo porque me agradas un poco, te devolveré la vista, cuando encuentres el musgo que buscas. Así podrás volver a tu hogar, asumiendo que sobrevivas el poder regresar.— Dijo, mientras escuchaba el sonido de sus pasos acecharme.
—Señor…yo...sólo…— Balbuceé.
Entonces me interrumpió.—O te ofrezco otra opción más agradable. Vuélvete un habitante, un espectro de aquí y cuida mi casa. Y yo, me encargaré de que tu hija sane. Tú decides.—
Mi visión había vuelto de forma temporal en mi ojo derecho. Lo que alcancé a ver fueron los destellos azules de Tangere brillando por sus ojos dentro de la capucha de estrellas, la cual había cambiado cuando había perdido la vista. Era…era…Ahora entendía la frase que estaba en toda la entrada el templo. Tangere iba a darte dos opciones si le pedías un favor. Una de ellas era una imposible que probablemente causase tu muerte, y la otra, garantizarte el sueño eterno dentro del templo como guardián del mismo. Luego de meditarlo un minuto, el frío volvió recorrer todo mi cuerpo, el cansancio se volvió extremo y mi ojo comenzaba a cerrarse de forma natural.
—Una buena decisión…Los humanos siempre quieren mantener sus ideales.— Me dijo la deidad, mientras yo me acostaba en el suelo para dormir.» — Un diario perdido en el tiempo.